Después de los últimos cuatro años de gobierno de la ciudad, que resultaron traumáticos para el ánimo de los medellinenses, es un buen momento para recuperar el valor del futuro de nuestra urbe como bien colectivo.
En esta dirección, tal vez convenga recordar que en un período de fractura social e institucional, tal vez más profunda que aquella que la ciudad ha vivido en el período reciente, las fuerzas vivas de la ciudad se dieron a la tarea de fraguar un futuro con nuevas herramientas a lo largo de la década de los años noventa.
En ese entonces se abrieron paso los Foros Comunales y los Seminarios Alternativas de futuro para Medellín y el Área Metropolitana (liderados por la Consejería Presidencial para Medellín), el Plan Estratégico de Medellín y el Área Metropolitana (convocado por la alcaldía), la Visión Antioquia Siglo XXI (impulsada por el sector privado), el Plan Estratégico de Antioquia (auspiciado por la gobernación), así como varios planes locales y zonales convocados por organizaciones sociales y comunitarias del territorio, más un largo etcétera.
Podemos afirmar que en la región se vivió una década en donde planear el futuro, de manera concertada y colectiva se expandió como buena práctica en muchos sectores sociales. Visto con las categorías de hoy, se desató un ánimo colectivo que empapó una buena parte del tejido social y contribuyó a fortalecer la gobernanza democrática territorial.
De esta coyuntura, que se tradujo en una etapa largo aliento en la concertación del futuro de la ciudad y que, sin duda, tuvo aciertos y desaciertos, debemos destacar varias lecciones y aprendizajes que resultan de mucha utilidad para el actual gobierno de la metrópoli.
La primera lección consiste en entender que la participación activa de las organizaciones de la sociedad civil es una condición necesaria. Las distintas evaluaciones de 30 años de políticas públicas en Medellín señalan con toda claridad que solo aquellas políticas que contaron con las organizaciones de la sociedad civil en todas las fases de su desarrollo tuvieron realmente sostenibilidad, futuro e impacto.
El corto plazo es el tiempo de la política y del gobierno. La agenda de un gobernante está tan determinada por el afán de realizaciones verificables, que el futuro tiende a verse como un lujo innecesario. Lo cual, por supuesto no está mal y, por el contrario, es absolutamente necesario.
De acuerdo con Rubén Fernández, Subdirector de Fe y Culturas, “todos coincidimos en que el gobernante debe aplicarse con toda su energía a concretar programas, proyectos y políticas en el período que le corresponde. Pero, si hemos de hablar de proyectos concertados de futuro, de auténtica gobernanza de la ciudad, esto deberá hacerse al lado de quienes se quedan. Los gobiernos se van. Las instituciones sociales no”, indicó el dirigente social.
La segunda lección es que el sector empresarial es un agente clave. La participación del sector empresarial en la región ha sido decisiva para garantizar la concreción de una visión compartida de futuro con aterrizaje en proyectos transformadores, hoy en plena marcha, que han permitido posicionar la cooperación pública, privada y comunitaria como una de las más sólidas entre las regiones del país.
Según Saúl Pineda, Director del Centro de Pensamiento de la Universidad EIA, “desde la academia tenemos la plena convicción de que la actual transición en el gobierno de la ciudad constituye una oportunidad propicia para poner nuevamente en valor el papel de la iniciativa privada en la generación de riqueza y empleo, sobre la base de su compromiso activo con las agendas públicas”.
La tercera lección apunta, por supuesto, al sector público como un actor indispensable. El gobierno departamental saliente, es un ejemplo especial de visión moderna de la gobernanza territorial, a través de la construcción de la Agenda Antioquia 2040. La convocatoria del esfuerzo de concertación es gubernamental, así como los recursos y la dirección del proceso que, si bien cuenta con participación ciudadana, la determinación de la dinámica es oficial.
La lección es clara, enfatiza Rubén Fernández: “sin el sector público presente como actor que toma decisiones y compromete recursos institucionales y financieros, contando sólo con el liderazgo social, académico o gremial la concertación no pasa de ser un ejercicio intelectual sin aterrizaje en la realidad.
Finalmente, pero no menos importante, la ciudad ha aprendido en estos últimos 30 años de planeación y ejecución de proyectos colectivos, que el liderazgo político es un catalizador fundamental.
Más que un ejercicio de gobierno, la construcción participativa y deliberativa de futuros deseados debería ser un estilo de gobernar. Hoy sigue siendo perentoria la concertación permanente y sin pausa, de las fuerzas vivas del territorio para dos tareas: el diseño de estrategias de defensa ante las tremendas amenazas de todo tipo que hoy emergen desde lo global y lo local, y para el diseño y ejecución de proyectos con vocación de inclusión de todos los habitantes de la urbe.
“Este ejercicio requiere dirigentes con visión de largo plazo, con la grandeza suficiente para saber que solo son un eslabón pasajero de una larga cadena. Los liderazgos políticos que conducirán la ciudad y la región por espacio de los próximos cuatro años, tendrán una oportunidad de oro para demostrar que la concreción de esta visión de grandeza es posible”, concluyen los analistas de la Universidad EIA y el Centro de Fe y Culturas.
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